Probablemente The
Searchers (Centauros del desierto) sea el mejor western que haya visto en
mi vida. Esta película de 1965 es un filme
que habla del racismo de una manera oscura y terrible, y desde el comienzo
ya se puede notar un tenor diferente, una especie de ánimo crepuscular que se
siente desde la figura protagónica de Ethan Edwards (John Wayne), hacia el
exterior. The Searchers logra, en sus
primeros 20 minutos, armar un conflicto potente desde la personalidad de John Wayne -que a ratos parece ser la
personificación misma del western- y los recursos cinematográficos de John Ford. Un comienzo magistral que a
ratos muta a un género que muchas veces es considerado bastardo o inferior: el
terror.
El primer plano de The
Searchers comienza con un elemento que será hilo conductor en todo el
filme: las puertas, umbrales que forman
y separan un espacio de otro. Vemos la silueta de una mujer en las sombras
de la casa mirando el exterior de Texas en el año 1868.
La mujer sale de la sombras y podemos apreciar el
paisaje en su magnitud.
La vemos contemplar la llegada de un extraño: es el tío Ethan, el héroe de la historia, un
personaje viejo y acabado, pura experiencia, que pondrá en conflictos morales al espectador a lo
largo de toda película.
Toda la familia se reúne ante la llegada de Ethan que
es recibido con respeto y admiración.
La atmósfera
entera es idílica mostrando las relaciones de esta familia y las
jerarquizaciones entre ellos. La música acentúa esta sensación que incluso
podría parecer algo cursi, pero la llegada de Ethan supone la llegada de algo
más.
Al día siguiente aparece una nueva visita en el hogar la
familia Edwards: el reverendo Sam Clayton con algunos hombres. Su propósito es
reunir hombres debido al robo de ganado de uno de los vecinos. Ethan toma el
lugar de su hermano Aaron y parten a investigar.
Lo que supone una salida que uno pensaría como
rutinaria en el oeste del siglo XIX se transforma en un nudo de mal presagio
que nuevamente viene desencadenada por la señora Edwards.
El reverendo la mira. Ella está en la otra habitación
y nos hace recordar la primera escena del filme por la utilización del umbral
de la puerta. Prepara las cosas de Ethan con una actitud temerosa y dolorida.
Ethan se despide de ella con un beso protector en la
frente. Curiosamente, con este beso
protector se acaba toda la protección del hogar. La ausencia de Ethan, que
no importa cuántos años estuvo ausente, cobrará real importancia en esta
partida. Se lleva con él el amparo y también la idealización.
La misma mujer que lo vio llegar hace un día atrás, lo
ve partir junto a su hija más pequeña, Débora, personaje que más tarde gatillará
toda la trama de esta película.
En la siguiente escena los buscadores encuentran a las
vacas asesinadas en el desierto. El objetivo no era robar, sino sacar a los
hombres (la protección) de sus hogares para perpetrar un crimen mayor. Ethan lo
sabe primero y sus ojos delatan la fatalidad.
Ya sabemos las intenciones de los indios y ahora
volvemos a la casa de la familia Edwards, donde el tenor de la música cambia y
los colores crepusculares inundan los planos de la escena.
Sólo acá tomamos total conciencia de la vastedad del
desierto y de la soledad en la que está sumida la casa de la familia Edwards.
Es inminente, no queda más que refugiarse en lo conocido.
El primero en prever el peligro es Aaron que se
empequeñece frente a su casa.
Luego le afirma el miedo de su esposa. Una atmosfera de suspenso que se
advierte de la escena anterior donde sabemos las intenciones de los indios y también
a través de esa supuesta tranquilidad en el ambiente.
Aaron carga su escopeta y su esposa evita que su hija
Lucy prenda la lámpara con el pretexto de disfrutar del crepúsculo, como si un
pequeño y nimio destello de luz haga evidente la existencia de estabilidad y
vida hogareña que vimos al inicio.
Ella contempla hacia afuera por la puerta y la última
luz del día la inunda. Su hijo le manifiesta la ausencia de su tío Ethan.
En el siguiente plano vemos a Aaron mirando el
desierto, sabemos que piensa igual que su hijo.
El suspenso acaba cuando Lucy ingenuamente enciende la
lámpara. Su madre entra en pánico y con
un grito de Lucy comienza el terror de Ford. El ataque es inminente y no se
necesita mostrar nada más que la desprotección de estos personajes ante una
amenaza que aún no tiene rostro.
Los padres resguardan a la más pequeña diciéndole que
se oculte en la tumba de la abuela, afuera de la casa. Es la única que sale y
la única que queda con vida.
Ya oscureció y
los tonos azules se toman la escena. Deborah
aguarda en el sepulcro y mira hacia arriba. Ya llegaron.
John Ford ni siquiera intenta seguir ocultando la
presencia maligna. Es un primer plano tan idílico como los planos del comienzo.
El indio es bello e imponente y llega con la noche como el miedo mismo, tapando
con su sombra a la niña.
La siguiente escena es una reafirmación de la mirada
inquieta de Ethan: la casa en llamas y nadie que quede con vida.
Martin, el chico mestizo que Ethan recogió cuando era
un bebé y que vivía con la familia Edwards es el más afectado.
La escena va encontrando su final cuando el protagonista
asoma su silueta desde afuera de una casucha. Es el mismo plano del inicio: el umbral donde convive la oscuridad y
claridad en un mismo encuadre. Él sabe (y nosotros también) que allí dentro
están los cadáveres de la familia, todos, excepto los de Lucy y Débora. Pero no
hay necesidad de mostrarlos ya que The
Searchers funciona en base a lo no mostrado, desde ahí se construye el
terror de la película, y desde ahí también funciona el mecanismo del racismo
oculto en el personaje del protagonista, un odio que poco a poco se nos va
develando. El mismo Ethan, luego de golpear a Martin para detener su entrada a
la casucha, le ordena a uno de sus compañeros: “no lo dejes mirar ahí adentro”. Eso va para Martin y también para
nosotros.
sssssssssss ya la antojaste Ana
ResponderEliminarMe voy a preparar la que considero es la mejor trilogia de western para el maraton
Buen día
Excelente!
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