viernes, 25 de enero de 2013

EL HOMBRE, LA BALLENA Y EL PRÍNCIPE



Werckmaister Harmóniák
Béla Tarr, Ágnes Hranitzky
Hungría
2000

Y seguimos con películas hechas a 4 ojos, con la dupla de directores Tarr y Hranitzky (prometo que será última vez que escriba ese apellido), que también nos regalaron hace no poco tiempo, la bellísima A torinói ló (2011).

Werckmaister Harmóniák comienza con János intentando explicarle a la gente sencilla (como nosotros), el significado de la inmortalidad. Una proeza algo pretenciosa para decirse en la madrugada, en un bar ubicado en un pueblo sumergido en el frío y frialdad de Hungría. Sin embargo, esa escena, que puede verse infantil al ser ejecutada por unos pocos borrachos pueblerinos, parece guardar una sabiduría inmensa.

János, a pesar de mostrarse dueño de un conocimiento por sobre los demás, también comparte una inocencia y sensibilidad ante su entorno, que lo hacen ser fácilmente sensible y frágil ante las cosas. Sobretodo en el momento que llega una atracción circense al pueblo, el cual pasa por problemas, digámoslo, políticos. La llegada de una gigantesca ballena acompañada de un misterioso Príncipe atizan el fuego que estaba a punto de encenderse.


Bajo esa hermética premisa, los autores movilizan a su protagonista por las calles y casas del pueblo intentando diagnosticar el ambiente tenso y contenido de un pueblo a punto de estallar, aunque todo puesto en el contexto de que la armonía del universo depende de ciertos momentos oscuros y caóticos que mantienen equilibrada la balanza. Un mismo acento colocado tanto al inicio del film, como ante la explicación musical de la afinación de las cosas.

Dotada de una fotografía exquisita, donde los blancos y los negros logran contrastarse con intensidad y parsimonia, Werckmaister Harmóniák es una película que puede verse sin comprender nada de lo que vemos, dejándonos impresionar sólo por las hermosas secuencias a las que Tarr nos tiene tan acostumbrados. Pero no es lo que quisieran sus creadores, ¿no?.

Esta película tiene algo de hipnótica, ya sea por sus colores, por los extensos planos y por la intrigante historia que se va cocinando en boca de sus mismos personajes. Todo eso, recogido por el paciente oído de János.

Desde que comienza el metraje, nos transformamos en la compañía permanente de János: Caminamos junto a él, nos sentamos frente a frente al momento de comer y nos inundamos de miedo cuando corresponde. Estamos tan cerca de su persona como la cámara del personaje. En ese sentido, el nivel más cercano a nosotros es el elemento Hombre, al cual, siendo simples mortales, tenemos permitido conocer.

La historia está configurada desde el misterio: ¿Qué cosas comenzaron a suceder en el pueblo? o ¿por qué existe este ambiente de fatalidad?. La ballena se alza como el elemento perfecto para sellar el suspenso que constantemente está imponiendo la historia. Pero no es sólo la llegada de ese factor externo a la localidad, sino el clima frío termina por decorar con delicadeza la hostilidad del ambiente. Cosa que es minimizada por la ingenuidad con la que se relaciona János con todos.  


Hay una cuestión que no puedo dejar de mencionar si se trata de esta película. Me refiero a esa cualidad que tienen los planos de ir mutando de manera ralentizada y bella. Los cortes prácticamente se ocupan para cambiar de escena, no antes. Hay una madurez por contemplar a lo largo de todo el film. Recuerdo una de las escenas iniciales donde János ve por primera vez el camión que transporta a la ballena a lo lejos. La cámara se mantiene en posición y poco a poco nos vamos dando cuenta de la magnitud del vehículo, mientras que la silueta de János también va tomando forma en el plano, quedándose sorprendido por la presencia que acaba de llegar a su pueblo. Si los directores no se hubiesen tomado el tiempo de grabar todo ese recorrido, hasta que las paredes de metal del container cubrieran por completo el plano, ni János ni nosotros hubiésemos comprendido la magnitud de tal evento. La llegada de esta presencia en el pueblo es el símil al eclipse total que es graficado al inicio del film. La escena termina de forma magistral enfocando un cartel que anunciaba la atracción circense en el pueblo, entendiendo que el camión alberga en su interior a la misteriosa criatura.                  

El príncipe por otra parte, si bien es manejado con igual nivel de misterio o inclusive más que la ballena, evoca el caos y la destrucción. La hora antes de la anarquía es la ballena, y el momento justo de anarquía es el príncipe. El humano en cambio, es trascendental.

Tarr y Ágnes meditan sobre el ser humano. Un postulado que transita por el miedo, la rabia y la compasión. ¿Pero acaso eso no es normal?.

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