Los Olvidados
Luis Buñuel
1950
México
“La grandes ciudades modernas: Nueva York, París, Londres, esconden tras
sus magníficos edificios hogares de miseria que alberga niños malnutridos, sin
higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes. La sociedad trata de
corregir este mal, pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado. Sólo en un
futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente
para que sean útiles a la sociedad. México, la gran ciudad moderna no es la
excepción a esta regla universal, por eso esta película basada en hechos de la
vida real no es optimista, y deja la solución del problema a las fuerzas
progresivas de la sociedad…”
Tan categórica
es la frase del narrador al inicio de Los
Olvidados que no sólo sentencia el desenlace del filme, sino que hace parte al espectador del problema
planteado. Un visionario Buñuel que le deja un mensaje al tiempo que está
por venir. Ni siquiera es una especie de papel encerrado en una botella,
arrojado a las aguas oceánicas con cierto grado de incertidumbre sobre quién
será el futuro receptor, sino que se dirige directamente hacia los implicados: una sociedad que gusta de ocultar su propia
basura.
El Jaibo es un
muchacho que escapa de la escuela correccional, volviendo a su barrio con su
grupo de amigos para alzarse como líder de la banda. El Jaibo, astuto y pícaro,
les enseña cómo vivir sin tener que trabajar ni estudiar. Pero en una de sus andanzas
con Pedro, un chico menor que él y protagonista de la historia, la travesura se
les va de las manos.
Los Olvidados es un filme que en su estructura narrativa intenta hacer
evidente la línea social de la culpabilidad. Y no es que
sea una cuestión tan difícil de sacar por lógica, ya que si hablamos de
delincuencia juvenil la cosa parte por casa: es que el entorno te da o te quita
oportunidades, y a inicios de este siglo aún no se puede hablar de una igualdad de oportunidades. Pero más allá
de describir el problema de los niños que se forman como delincuentes, Los Olvidados intenta ser un reflejo triste
de lo que puede llegar a ser la miseria humana. Tan sólo piensen en el título
de la película como una forma recriminatoria hacia nosotros mismos.
El intento de
comunicarse con el futuro por parte de Luis Buñuel es tal vez un acto osado de
surrealismo. Aunque acá, el elemento más característico del bagaje estilístico
del director español-mexicano se ve representado por las escenas oníricas de
Pedro junto con la tenebrosa presencia del simbolismo de las gallinas. Momentos
donde lo materno y lo infantil se
retuercen de manera tal que atormentan la mente inocente y arrepentida del
niño.
En esta
película hay una evidente rabia y congoja por la condición humana actual, sin
embargo, también que hay un increíble amor por el hombre y aún existe, por
parte de su autor, esa pequeña pero poderosa esperanza de que las cosas puedan
cambiar. Menos modernismo en las calles y más progreso en los individuos. Y
justamente ahora, cuando nuestros futuros gobernantes comienzan a pregonar sus
promesas, es cuando esta historia cobra real sentido. Un tipo de cine que escapa de la pantalla para actualizarse en un
problema social del que todos tenemos que hacernos cargo.
Ya van 6
décadas de que el mensaje con características futurísticas de Buñuel emprendió
vuelo. Y desde el año 2013 le digo al autor, esperando que estos códigos
virtuales tal vez lleguen a él de manera surreal: puede que el panorama todavía
se vea con cierto pesimismo, pero algunas obras artísticas tienen naturaleza de
ser emplazadas como actos de resistencia, como afirma Deleuze, y no importa si Los Olvidados siga sumando décadas en la
misma miseria que rechaza, porque cada vez la historia es recordada por más y
más personas, y la suma de espectadores es en sí misma un gran y poderoso acto
de resistencia.
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