viernes, 5 de abril de 2013

PD: NO OLVIDAR A LOS OLVIDADOS




Los Olvidados
Luis Buñuel
1950
México

“La grandes ciudades modernas: Nueva York, París, Londres, esconden tras sus magníficos edificios hogares de miseria que alberga niños malnutridos, sin higiene, sin escuela, semillero de futuros delincuentes. La sociedad trata de corregir este mal, pero el éxito de sus esfuerzos es muy limitado. Sólo en un futuro próximo podrán ser reivindicados los derechos del niño y del adolescente para que sean útiles a la sociedad. México, la gran ciudad moderna no es la excepción a esta regla universal, por eso esta película basada en hechos de la vida real no es optimista, y deja la solución del problema a las fuerzas progresivas de la sociedad…”

Tan categórica es la frase del narrador al inicio de Los Olvidados que no sólo sentencia el desenlace del filme, sino que hace parte al espectador del problema planteado. Un visionario Buñuel que le deja un mensaje al tiempo que está por venir. Ni siquiera es una especie de papel encerrado en una botella, arrojado a las aguas oceánicas con cierto grado de incertidumbre sobre quién será el futuro receptor, sino que se dirige directamente hacia los implicados: una sociedad que gusta de ocultar su propia basura.

El Jaibo es un muchacho que escapa de la escuela correccional, volviendo a su barrio con su grupo de amigos para alzarse como líder de la banda. El Jaibo, astuto y pícaro, les enseña cómo vivir sin tener que trabajar ni estudiar. Pero en una de sus andanzas con Pedro, un chico menor que él y protagonista de la historia, la travesura se les va de las manos.  

 
 
Los Olvidados es un filme que en su estructura narrativa intenta hacer evidente la línea social de la culpabilidad. Y no es que sea una cuestión tan difícil de sacar por lógica, ya que si hablamos de delincuencia juvenil la cosa parte por casa: es que el entorno te da o te quita oportunidades, y a inicios de este siglo aún no se puede hablar de una igualdad de oportunidades. Pero más allá de describir el problema de los niños que se forman como delincuentes, Los Olvidados intenta ser un reflejo triste de lo que puede llegar a ser la miseria humana. Tan sólo piensen en el título de la película como una forma recriminatoria hacia nosotros mismos.    

El intento de comunicarse con el futuro por parte de Luis Buñuel es tal vez un acto osado de surrealismo. Aunque acá, el elemento más característico del bagaje estilístico del director español-mexicano se ve representado por las escenas oníricas de Pedro junto con la tenebrosa presencia del simbolismo de las gallinas. Momentos donde lo materno y lo infantil se retuercen de manera tal que atormentan la mente inocente y arrepentida del niño.

En esta película hay una evidente rabia y congoja por la condición humana actual, sin embargo, también que hay un increíble amor por el hombre y aún existe, por parte de su autor, esa pequeña pero poderosa esperanza de que las cosas puedan cambiar. Menos modernismo en las calles y más progreso en los individuos. Y justamente ahora, cuando nuestros futuros gobernantes comienzan a pregonar sus promesas, es cuando esta historia cobra real sentido. Un tipo de cine que escapa de la pantalla para actualizarse en un problema social del que todos tenemos que hacernos cargo.

Ya van 6 décadas de que el mensaje con características futurísticas de Buñuel emprendió vuelo. Y desde el año 2013 le digo al autor, esperando que estos códigos virtuales tal vez lleguen a él de manera surreal: puede que el panorama todavía se vea con cierto pesimismo, pero algunas obras artísticas tienen naturaleza de ser emplazadas como actos de resistencia, como afirma Deleuze, y no importa si Los Olvidados siga sumando décadas en la misma miseria que rechaza, porque cada vez la historia es recordada por más y más personas, y la suma de espectadores es en sí misma un gran y poderoso acto de resistencia. 



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