Hace
pocos días vi el extenso documental The Beast Within: The Making of Alien. Que
ya por el título podrán deducir que se trata sobre el rodaje de Alien (1979),
la clásica película de ciencia ficción-terror dirigida por Ridley Scott. El
documental se encarga con especial detalle, de mostrarnos cómo fue concebida
esta creación y la forma que fue tomando para llegar a ser lo que fue. Desde la
idea original de Dan O´Bannon, la fuerte imaginería de H.R. Giger, hasta la
delicada puesta en escena de Ridley Scott. Diferentes aristas que convirtieron
a Alien en una película elegantemente bien hecha, con una precisa fotografía
que creaba una atmósfera terrorífica para uno de los monstruos más memorables
del cine.
Pero
aparte de disfrutar del documental desde el primer minuto, también me quedé
con una clara sensación nostálgica sobre el oficio de hacer cine. Cuando las
películas se hacían principalmente en su proceso de producción. En la creación
de sets, en maquillajes, en materiales que unidos eran capaces de crear
superficies planetarias inexistentes pero que cobraban vida en el film.
Lo
afirmo: nunca he estado en la grabación de una película para hablar con
autoridad de ello. Sin embargo se siente el olor a “manualidad” en Alien; las
texturas son reales. Uno observa a los personajes inundados por el humo y puede
ver el sudor en sus rostros. La gota resbaladiza y salada es perceptible e
imaginable.
Siento
que hoy en día las películas son más insípidas en ese sentido. Porque tienen
menos realismo en su ejecución y más ficción que la misma ficción entregada en
la historia.
¡Dentro
de Alien había una actor! Y siendo el monstruo lo principal de la película, era
necesario hacerlo ver realista y no como una película B donde el esfuerzo se
nota en los intentos fallidos. Sin embargo el cuerpo del actor logró diluirse
en la materialidad de Alien. La carne del hombre, no es más que la sangre de la
criatura.