¿Espectáculo de qué?
La primera vez que vi
Trainspotting (más o menos cuando tenía 10 años) me voló la cabeza. Como Danny
Boyle lograba que la música, el ritmo, el montaje y la narración de Renton
lograra converger en un espiral de autodestrucción y surrealismo era
simplemente maravilloso. Una dosis de heroína directo a los ojos. Sin embargo,
con el paso del tiempo esta película fue mutando a una especie no querida en mi
cabeza. Tal vez debido a una insensibilización progresiva natural que va
experimentando el ser humano al ir creciendo, o mejor dicho, olvidando el ser
niño. Pero después de muchos visionados de la misma, llegué a descubrir que en
realidad no era debido a la pérdida de mi capacidad de sorpresa, sino que en
realidad se debía en parte al tratamiento simplificado del tema en función de
esta orquesta de herramientas visuales que adornaban la narración. Lo que
quiero decir es que Trainspotting (1996) arroja una gran cantidad de “fuegos
artificiales” que sorprenden al espectador de sobremanera, pero detrás de todo
este espectáculo no hay motivo de celebración.
No quiero que se tome como
una crítica moralista por el hecho de tratarse de una película de un grupo de
drogadictos que se divierten drogándose. Mi problema va en presentar a un tema
con un cierto grado de seriedad y profundidad, cuando en realidad no lo es.
Renton vive para drogarse,
siendo el comienzo de la película una declaración de principios del
protagonista. Declaración que deja claro la separación del personaje con el
Sistema. Existe un quiebre y desde ese momento Renton simpatiza con el
espectador presentándose como un antihéroe ante una sociedad establecida y
ordenada. Renton es la idealización y la frustración del ser humano ordinario
que todos los días debe levantarse para cumplir un horario en su trabajo.
Renton es la libertad de la limpieza, del trabajo y del dinero (por el
momento). Se burla del sistema porque sabe que está al margen de el.
Luego él se ve inmerso en
una serie de “viajes” junto a sus compañeros de drogas pasando por diferentes
estados, unos más positivos que otros, para transportarlo hasta el final, donde
decide dejar la heroína e insertarse al sistema como un ser humano ordinario.
La drogadicción no como un tema de dependencia hacia el individuo, sino como un
motivo de dispersión. Un paréntesis que es cerrado con simplicidad. La libertad
del personaje se desintegra a medida que lo negativo de la droga se hace ver.
La simplicidad está en la forma en que la deja. En ese sentido la drogadicción
no es más que un añadido a una película donde lo principal son las elecciones
que uno realiza en la vida. Pero aún así, pareciese como si el protagonista
dijese: “ya me drogué lo suficiente, viví un tipo de libertad envidiable por
los demás, ahora simplemente la dejo y me reintegro a esta sociedad”. Acá se
destruye el antihéroe dotado de una libertad ideal, para dejar al espectador
con una serie de buenos tracks y un entretenido montaje pero con el sueño del
personaje antisistema truncado en la imposibilidad de realizarse, misma utopía
que significa dejar la droga de un día para otro.