La piel que habito (Almodóvar, 2011)
Almodóvar es un buen contador de historias, eso es innegable. Todavía recuerdo la primera vez que vi Pepi, Luc, Bom y otras chicas del montón y mis risas salían sinceras a pesar del sin sentido con el que estaba hilada la trama. Bueno, con La piel que habito me pasó algo similar, sólo que las risas fueron omitidas.
Antonio Banderas
es Robert, un doctor empecinado en la experimentación de un nuevo tipo de piel
que hubiese salvado a su difunta esposa de sus quemaduras. Como cirujano
plástico no tiene escrúpulos ni ética. Al parecer su corazón está muy dolido
como para sentir empatía. Su piel es la de un reptil; áspera, dura, impenetrable.
Y así mismo es el mundo narrativo; hay una distancia muy grande entre el
espectador y lo que se muestra, casi vemos a escondidas los nudos que en el van
aconteciendo. Somos estudiantes de medicina paseando por los fríos pabellones.
¿Pero importa acaso importa mirar? Cuando lo ridículo intenta disfrazarse de
dramático no hace más que aumentar su ridiculez, y funciona cuando el sentido
es revelado, como pasa por ejemplo en Muertos
de la risa. Pero acá no es más que una acumulación de giros que llegan a
ser ingeniosos. SPOILER como sucede al enterarnos que el personaje de Vicente
se transforma en Vera, y se hace lógico el flashback que parte desde la mujer
en la cama FIN SPOILER. Pero hay una delgada línea entre el ingenio y el hecho
forzoso. La película está lleno de estos últimos.
La piel que habito es un engaño bien construido, que puede pasar por
un melodrama que llega a emocionar a muchos, sin embargo, estamos frente a una
comedia tan deformada que es imposible llegar a reírse.