martes, 8 de enero de 2013

LA VIEJA ESCUELA


Hace pocos días vi el extenso documental The Beast Within: The Making of Alien. Que ya por el título podrán deducir que se trata sobre el rodaje de Alien (1979), la clásica película de ciencia ficción-terror dirigida por Ridley Scott. El documental se encarga con especial detalle, de mostrarnos cómo fue concebida esta creación y la forma que fue tomando para llegar a ser lo que fue. Desde la idea original de Dan O´Bannon, la fuerte imaginería de H.R. Giger, hasta la delicada puesta en escena de Ridley Scott. Diferentes aristas que convirtieron a Alien en una película elegantemente bien hecha, con una precisa fotografía que creaba una atmósfera terrorífica para uno de los monstruos más memorables del cine.   


Pero aparte de disfrutar del documental desde el primer minuto, también me quedé con una clara sensación nostálgica sobre el oficio de hacer cine. Cuando las películas se hacían principalmente en su proceso de producción. En la creación de sets, en maquillajes, en materiales que unidos eran capaces de crear superficies planetarias inexistentes pero que cobraban vida en el film.

Lo afirmo: nunca he estado en la grabación de una película para hablar con autoridad de ello. Sin embargo se siente el olor a “manualidad” en Alien; las texturas son reales. Uno observa a los personajes inundados por el humo y puede ver el sudor en sus rostros. La gota resbaladiza y salada es perceptible e imaginable. 

 

Siento que hoy en día las películas son más insípidas en ese sentido. Porque tienen menos realismo en su ejecución y más ficción que la misma ficción entregada en la historia.

¡Dentro de Alien había una actor! Y siendo el monstruo lo principal de la película, era necesario hacerlo ver realista y no como una película B donde el esfuerzo se nota en los intentos fallidos. Sin embargo el cuerpo del actor logró diluirse en la materialidad de Alien. La carne del hombre, no es más que la sangre de la criatura. 


Pero hoy estamos viviendo en lo digital. Las películas de ciencia ficción, terror o aventuras nacen en su proceso de post producción. Los actores graban sobre pantallas CGI y emulan una ficción sobre la misma que ya están trabajando. ¡Es ficción sobre la ficción!. Más o menos el concepto arcaico que se concebía del arte: el arte era pensado como mímesis. Una imitación de la realidad… Pero si la realidad misma no es más que una proyección de algo, entonces el arte vendría a ser la copia de la copia. Recordemos que en Avatar (2009), con una duración de 160 minutos, tan solo el 40% de sus escenas son “reales”.

Aunque también Alien fue innovadora en su momento. Atractiva en su argumento, mezclando la ciencia ficción con el horror que causaba una criatura desconocida. Proponía no sólo entretención, sino que una puesta en escena oscura y claustrofóbica, con especial énfasis en la fotografía. El equilibro entre la historia y lo visual.

Pero lo que critico no es la innovación, sino que trato de expresar este sentimiento de subliminalidad cada vez que me enfrento con una megaproducción actual. Ni los mayores efectos especiales logran hacerme olvidar de que la materialidad no existe.

Algo parecido me pasa con el 3D. Cosa que aún no voy a ver a los cines. Reticente al mayor cambio del formato de cine del siglo XXI, me rehúso a ver una película en 3D (aunque sé que en algún momento debo hacerlo). Es que parece demasiado hiperrealismo para la pantalla. ¿Para qué quiero ver en 3D si así no veo en realidad?... Nuevamente vuelvo al dilema de trabajar sobre algo que no es. En este caso es al revés. El 3D es una imitación distorsionada de la realidad.

Y ya perdida en tantas cavilaciones románticas sobre el pasado, creo que no cambiaré la vieja forma de hacer cine. Aunque no sea quien lo haga, si seré la espectadora, y por eso demando la carnalidad del monstruo Alien o la hazaña que significó hacer Aguirre, der Zorn Gottes (1972) en los cauces impenetrables del Amazonas. O ver, y comprender!, que Herzog está más cerca del documental (y la locura) cuando filmó la escena del barco subiendo la ladera en su grandiosa Fitzcarraldo (1982).

En el cine abundan las proezas, pero no en este tiempo. Para mi, la vieja escuela tiene las mejores. 

2 comentarios:

  1. Yo pensaba un poco sobre esto hace unos días cuando veía una película de bajo presupuesto donde los actores, cuando envejecen, tienen que ser sencillamente maquillados. Y es un poco evidente, si uno se detiene a pensar, pero al mismo tiempo se ven más naturales que cuando hollywood los llena con arrugas digitales. Y eso se remonta a detalles mínimos, coincido que la manufactura entre "Alien" y, digamos, su reciente modalidad de "Prometheus" se nota no sólo en su calidad narrativa sino en las mismas texturas. Lo cual a veces, no lo voy a negar, es un buen plus, pero se le ha llevado a un abuso reciente que no beneficia en nada al panorama cinematográfico.

    Saludos.

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    1. Exactamente!.. de hecho había pensado en hacer el paralelo con "Prometheus" y lo olvidé.

      Hay demasiado abuso en los efectos especiales que opacan y desvían la atención de la historia; lo que vemos es en realida más simple y obvio de lo que se muestra... Vamos! que "Avatar" es un cuento que me sé desde que era niña.

      Saludos.-

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