jueves, 11 de abril de 2013

ESTO NO ES UNA PELÍCULA



This Is Not A Film
Jafar Panahi, Mojtaba Mirtahmasb
2011
Irán

¿Qué hace que una película sea realmente una película?... ¿Su sucesión de fotogramas? ¿La yuxtaposición de planos? ¿El reconocimiento de una historia, sea cuál sea su naturaleza?... En fin. El cuestionamiento del quehacer cinematográfico y de su posterior resultado en una obra artística nace en respuesta luego de haber visto el interesante filme-ejercicio This is not a Film.

Me salta a la memoria la entrada anterior sobre el mensaje futurista que nos dejó Buñuel. Es que This is not a Film salta rápidamente, al igual que Los Olvidados, como un intento cinematográfico que escapa de la pantalla por su notable naturaleza social.

Jafar Panahi es un reconocido director iraní que comenzó a hacer cine en la década de los 90. El 20 de diciembre del 2010 Panahi fue condenado a 6 años de cárcel y 20 años de prohibición para hacer cine, viajar al extranjero y conceder entrevistas por el delito de “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el estado”. En octubre del 2011, no sin antes apelar a la sentencia, el tribunal hizo confirmación de la pena.

This is Not a Film ha sido la última “película” de Jafar en estrenarse y nos da cuenta de un día en la vida de este director que debe esperar la sentencia con arresto domiciliario. Recordemos que él no debe hacer películas, pero es la mañana de año nuevo y vemos en un plano fijo al sentenciado, que toma desayuno sin saber muy bien hacia dónde irá la historia. 

  

Cine dentro de cine

Fácilmente se podría pensar que esta es una historia que da cuenta de las injusticias vividas por Panahi hasta ese momento, sin embargo, su único deseo es relatarle al espectador su última película en proyecto. Entonces, guión en mano y con la ayuda de Mojtaba Mirtahmasb en cámara, comienza a contarnos en el living de su hogar, transformado imaginariamente la habitación en la de una jovencita pobre, cómo sería la primera escena de esa película. Él se transforma en un cuentista que agrega a su narración elementos propios del lenguaje cinematográfico: encuadre, puesta en escena, plano, locación, etc… Pero no estamos viendo una película, ¿cierto?

Las ganas del director iraní por dejar un vestigio público de su frustrado filme solamente son comparables a la frustración misma de no poder volver a hacer cine por 20 años más. La censura le quita su condición de director de cine, sin embargo, aún quedan más papeles en el oficio, por esa razón adopta el rol de actor y narrador de su experimento improvisado. Panahi resiste desde sus propias trincheras. Y con cintas adhesivas colocadas sobre su alfombra delimita y nos dibuja el escenario de la primera escena. El documental es la excusa para otra más de sus ficciones.



¿Para qué estamos haciendo esto?

Pero algo sucede: “¿Si lo puedo contar, para qué filmarlo?” Es más o menos la frase que lanza Jafar en un momento de autoconciencia luego de llevar varios minutos relatando el guión. Como si el acto de filmar una historia no tuviese más validez si existen otros actos narrativos. ¿Cuál es el sentido de hacer cine entonces si lo puedo contar de otras maneras? Y ahí es donde el genio autoral del sentenciado se deja ver luego de un tiempo de meditación. Su respuesta se aloja en las mismas obras que ha hecho por más de una década de trabajo. Recuerda un momento de Crimson Gold (una de sus películas), su sorpresa al ver la kinésica de un actor amateur ejecutando una escena. Ese descontrol por parte del mismo autor no se da en otras artes. Un espacio donde cabe el aporte de, en este caso, el actor. La dirección sólo puede llegar hasta cierto límite, sobre todo en actores amateurs, que no esperan ser dirigidos.


Luego Panahi revisa una nueva escena de otra de sus películas y nota cómo cinematográficamente las líneas verticales del entorno ayudan a acrecentar la tensión emocional de la chica en escena. Es ahí cuando el relato oral se queda corto. Es ahí donde la imagen-movimiento y los planos yuxtapuestos tienen sentido formando un todo. Y Panahi continúa resistiendo, moviéndose dentro de sus propios límites tal como lo hace Igi, la iguana que tienen de mascota.    



Dualidades

En This is not a Film existe una fuerte dialéctica entre lo interno y externo. Entiéndase esto como lo que contiene el documental (su contenido) dialogando permanentemente con el efecto social, político y legal que puede llegar a tener dicho contenido y que impide al narrador contar una historia. En ambos escenarios se arman conflictos que se van entretejiendo.

Dentro del escenario interno existe el conflicto entre el Autor y su Obra. Primeramente porque la línea narrativa se tambalea entre la situación de Jafar, sus deseos de relatar el guión y su permanente cuidado por no verse dirigiendo el documental. Entre la autocensura, la improvisación de la situación y el panorama social que vive Irán, se van sucediendo los acontecimientos durante el día. Mientras que por otro lado está el conflicto entre la Obra misma y su Entorno dentro del escenario externo: Panahi entiende que su acción está al límite de la legalidad e incluso él mismo afirma que no sabe en qué se convertirá todo el material filmado, por eso funciona más bien como un ejercicio y tal vez para el espectador más clásico esto está muy lejano a ser una verdadera película. Pero This is not a Film más que un filme es una bandera de lucha contra la censura. El director iraní nos prepara el mejor giro argumental dentro de su misma realidad, una que burla a la justicia y que funciona como símbolo de batalla ante las libertades de expresión artística. Y esos minutos finales del documental, un verdadero descenso a los infiernos, dejan al descubierto la delicadeza del cine de Jafar Panahi contrastado a esa barrera infranqueable que la justicia puso sobre él. La tristeza de su sentencia sólo puede enunciarse con ese plano final, donde el artista finalmente llega a los límites de su soberanía, aunque nunca podrán destruir la imaginación del artista.  



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