Leningrad Cowboys Go America – Leningrad Cowboys
Meet Moses
(1989 – 1994, Aki Kaurismaki)
Conocida como la peor banda del mundo. Los Leningrad Cowboys
nacen en la primera entrega para luego erigirse como una banda real, fuera del
mundo narrativo de Kaurismaki.
Ambas películas nos narran el viaje de esta particular banda
que desea alcanzar la fama. La primera parte comienza desde que dejan sus frías
tierras europeas para pisar suelo gringo, siempre guiados por el déspota
Vladimir, manager de la banda que sólo busca retribuciones económicas para su
beneficio personal. Es un malvado que Kaurismaki no se molesta en dibujar con
trazos bien marcados. Iniciándose así el viaje de un rebaño de músicos que
embelesados siguen al falso flautista.
Mención especial a la aparición de Jim Jarmusch, quién como mecánico le vende un Cadillac a la banda. La siguiente parada es Memphis. Y qué casualidad, Mystery Train, película dirigida por Jarmusch y estrenada el mismo año que Leningrad Cowboys Go America, es ambientada en esta misma ciudad.
Narrada en forma episódica, Leningrad Cowboys Go America retrata con el humor tan propio del
director finlandés, como la ingenuidad favorece a una pérdida de identidad
progresiva. La búsqueda de la fama, de adaptarse con rapidez al sistema, obliga
a la banda a venderse en los sucuchos más escondidos de las carreteras
norteamericanas.
La segunda entrega de esta saga viene mucho más “gruesa” a
mi parecer. Lenigrad Cowboys Meet Moses viene
a ser una regresión, un volver al punto de origen. Si en la primera iban, en
esta vuelven. Acá, la banda perdida en el desierto mexicano –y como mexicanos-
donde sólo tocan para culebras y cascabeles, es “rescatada” por su antiguo
manager Vladimir, sólo que ahora se hace llamar Moisés, quien los guiará la
tierra prometida.
Entonces el tirano se quita el abrigo extravagante de piel y
la reemplaza por una larga barba que dará cuenta de su religiosidad. El poder
fáctico entra en juego, como una forma efectiva para instaurar el orden, poniendo
como única autoridad a Moisés. El viaje se inicia. Y si antes cargaban un
muerto en un roñoso ataúd repleto de cervezas Budweiser, hoy cargan la nariz de
la estatua de la libertad, que representa la literalidad de un concepto que
para los Leningrad Cowboys no existe en términos funcionales. Los cuales, no es
de extrañar, continúan sumisos y hambrientos, atados al yugo de una jerarquía
que se elige a sí misma. Pero sigue siendo un placer verlos tocar, aunque prepárense,
porque esta vez la mutación de estilos musicales es cada vez mayor, recordemos
su estancia en México. Y si antes el viaje fue por Estados Unidos, acá será en
suelo europeo, cerrando el ciclo del viaje.
Con diálogos más protagónicos a diferencia de su primigenia,
Leningrad Cowboys Meet Moses cuenta
con gags muy bien confeccionados, con ese humor no intencionado por parte de
sus personajes que le otorgan verosimilitud a una historia que parece salir de
otro planeta.
La elipsis entre película y película nos da cuenta del paso
del tiempo en la banda y el manager. Logra, de cierta manera, crear una
nostalgia por el primer viaje iniciado por los Leningrad. Es una buena
continuación, una seguidilla de situaciones que dan cuenta de aspectos
políticos y sociales que van más allá de la gira de una banda miserable. Es el
enfrentamiento constante entre el pueblo y los estamentos más altos. Dan cuenta
de una relación recíproca y enfermiza que poseen ambas partes.
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