Nosferatu, el vampiro (Werner Herzog, 1979)
(aviso de spoilers en el texto)
El Conde Drácula
es un animal tímido, cauteloso y apasionado. Así es como lo dibuja Herzog e interpreta
Klaus Kinski. Una revisión de lo que fue la magistral Nosferatu de Murnau. Su
herencia: lo pictórico en la imagen, aunque ahora se le suman los colores, que
impecablemente nos trasladan hacia lo desconocido, el misterio del vampirismo.
La ensoñación, al igual como hace Dreyer en La bruja vampiro,
es un eje importante por donde el personaje de Jonathan Harker transita. La no
existencia del castillo del Conde Drácula se manifiesta al comienzo por parte
de uno de los aldeanos. Es en las pesadillas y en nuestros miedos infundados
donde la realidad comienza a converger, lo real es cuestionable, pero no para
quien lo sufre. En este mundo irreal el
caos se establece. Las ratas plagan el pueblo que cae en una especie de sopor
profundo, donde se mezcla el surrealismo, la muerte y la celebración. Lucy
adquiere protagonismo. Es la hembra la que se hace cargo, la cordura reside en ella,
pero el pueblo está abandonado a su suerte: obstinado en una especie de carnaval
funerario, donde sacan número para morir.
Herzog nos
presenta un Drácula más humilde, no tanto como señor de la noche, sino como un
ser de la oscuridad que noche a noche debe sobrevivir. La astucia debe
sobreponerse a la debilidad, aunque la pasión por una mujer será su fin. La
teatralidad es clave para homenajear a la Nosferatu del 22 y Kinski, sobretodo Kinski,
no lo olvida.
Una revisión
austera de Nosferatu, que incluso encuentra tintes de humor muy bien logrados.
La película parte con un dramatismo latente y finaliza mutando en toda la
escena de humor y enredos luego de que el doctor Van Helsing asesine al Conde
Drácula, seguida por la transformación caricaturesca de Jonathan Harker
en un chupasangre. Nosferatu, el vampirto es un digno homenaje para Murnau, pero es
propia de Herzog.
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